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Lugo celebra la tradicional ofrenda del Antiguo Reino de Galicia al Santísimo Sacramento

El obispo de la diócesis de Lugo, Xosé Gómez, y el alcalde de la ciudad fueron los encargados de realizar la CCCXXXVII ofrenda del Antiguo Reino de Galicia a Jesús Sacramentado en la Catedral, en un acto que estuvo presidido por el titular del Ejecutivo gallego, Emilio Pérez Touriño.

La ofrenda al Santísimo es un acto que sobrevivió en el tiempo, incluso a la Guerra Civil, y que ahora tiene un carácter meramente simbólico y de tradición histórica, aunque en un principio surgió para ayudar a sufragar los gastos de iluminación del Santo Sacramento que se expone de forma permanente en la catedral luguesa. Por primera vez desde que comenzó a celebrarse en el año 1669, la procesión del Santo Sacramento transcurrió por encima de alfombras florales elaboradas por la Asociación de Empresarias Autónomas.

Entre los asistentes a la Ofrenda se encontraron, al margen del presidente de la Xunta, la presidenta del Parlamento gallego, Dolores Villarino, el delegado del Gobierno, Manuel Ameijeiras, el rector de la USC, Senen Barro; la conselleira de Educación, Laura Sánchez, el de Trabajo, Ricardo Varela, y el de Industria, Fernando Blanco, además de representantes de las siete ciudades del Antiguo Reino de Galicia.

López Orozco, que fue el oferente de esta edición al corresponderle el turno rotatorio entre las siete grandes ciudades de Galicia, invocó a la Divinidad para que el alto al fuego permanente de ETA se convierta en un «dejar definitivamente las armas». También pidió por las víctimas del terrorismo y por sus familias, para que «nunca más sea el terror la forma de expresión de una situación, por muy grave e injusta que sea esta». El alcalde lugués dijo que resulta «necesaria» un nuevo orden mundial que atienda «con algo más de lo que le sobra a Occidente» a las personas que sufren «el mayor olvido» de aquellos que viven en países desarrollados.

Al oferente le contestó de la forma tradicional el obispo lucense, José Gómez, quien también coincidió en la necesidad de conseguir un mundo en el que la violencia, la corrupción, el terrorismo y la guerra «sean sustituidos por la comprensión, el diálogo y la paz». El prelado lugués se quejó de la existencia de una «permisividad moral» en la sociedad actual, y denunció la presencia de un «laicismo destructivo» para socavar, dijo, los valores cristianos. «En estas circunstancias no es raro que muchos cristianos se sientan tentados de pesimismo y, con facilidad, desisten del esfuerzo que les pide y exige el compromiso eclesial dejándose llevar de las ideologías dominantes», apuntó el obispo.

R.